“En 1492 los nativos descubrieron que eran indios, descubrieron que vivían en América, descubrieron que estaban desnudos, descubrieron que existía el pecado, descubrieron que debían obediencia a un rey y una reina de otro mundo y a un dios de otro cielo y que ese dios había inventado la culpa y el vestido, y había mandado que fuera quemado vivo quien adorara al sol y a la luna, a la tierra y a la lluvia que moja”
Eduardo Galeano “Hijos de los días”
“Lo mismo y lo otro: la condición humana”
El día de la diversidad cultural celebramos el mosaico de identidades que nos perfila como sociedad. Los claroscuros y matices que nos identifican. Lo distinto y, a su vez, semejante que nos constituye como seres humanos. Aún resulta necesario aclarar que el encuentro con otro diferente con el que convivimos es algo constitutivo de la humanidad: de la unidad en la diversidad. No es posible tomar el atajo de una ecuación simplista: ni equiparar una nacionalidad a una etnia, ni a un idioma o a determinada religión aunque existan mayorías demográficas que marquen tendencias preeminentes en cada región.
“Encuentro de dos mundos” fue el modo de denominar la incursión española en América una vez que la denominación de “Día de la Raza”, como se llamó en primera instancia al 12 de octubre, cayera en desuso. El “descubrimiento de América” por parte del imperio español signó fuertemente la historia global. Sin embargo, sus lecturas y significados ulteriores aún son materia de disputas historiográficas.
¿Todavía suponemos que hay colores de piel “neutros” y en cambio, hay otros “diferentes”? Existen culturas que fueron históricamente subordinadas por otras pero esto no implica que continúen siéndolo ni que haya algo “natural” o “dado” en dicha subordinación.
Aunque el relato preeminente siga siendo blanco, occidental y heteronormativo, y suponga situar allí “el hito cero”. Hacerlo coincidir con la “neutralidad” ante “otras pieles”, “otros idiomas” y “otras culturas” y “otras religiones” u “otras cosmovisiones” que debemos “integrar”. Nos preguntamos entonces: ¿integrar y amalgamar a quiénes y a qué sociedad? ¿acaso ya no existen esas personas, esas nacionalidades y esas razas en el tejido social?
El discurso de la integración y la convivencia puede volverse un discurso de mitigación de riesgo donde “lo diferente” debe ser “tolerado” e “integrado” para evitar conflictos. Pero se sobreentiende como cierta “desviación” de la norma, de lo dado, de lo esperable, de lo “neutro” por eso es plausible de ser integrado.
¿Será, acaso, posible cambiar esta lógica? ¿Cómo? Quizás entendiendo la unicidad y singularidad de la naturaleza humana que siempre implica diversidad religiosa, cultural, de género, de raza, de idiomas, de creencias y de ideologías.
Porque siempre somos los mismos y, a la vez, somos otros. Nos bañamos en las aguas de los ríos que, como decía Heráclito de Efeso, nunca son las mismas y podemos cambiar de nacionalidad, de género auto percibido y hasta de nombre pero seguimos siendo nosotros mismos. Esa es precisamente la magia y el misterio de la condición humana.
Las múltiples expresiones artísticas de la diversidad cultural, como la música, la pintura, la escultura, la gastronomía, los idiomas y dialectos, las religiones y la literatura son considerados patrimonio cultural de la Unesco porque reflejan múltiples modos de vivir y estar en el mundo. Por eso es valioso y necesario evolucionar de un discurso integracionista a una postura del respeto a la diversidad cultural, que es el respeto a la condición humana en sí misma que es diversa y cambiante por definición y se expresa en las múltiples expresiones artísticas.
Desde la Universidad Kennedy, en su sesenta aniversario, reafirmamos los valores fundantes del humanismo a través de la implementación Objetivos del Desarrollo Sustentable, ODS, en el desarrollo de una educación de calidad que promueve la diversidad cultural.
Dra. María José Nacci
Decana de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas
Universidad Argentina John F. Kennedy